En general, el primero de los sentidos en percibir las particularidades de un vino es la vista, en concreto observamos su color. Posteriormente, el gusto y el aroma completan este dato para identificar sus características más destacadas.
Todo vino tiene unas propiedades específicas fruto de un largo proceso en el que intervienen múltiples factores, entre ellos la vid como tal, pero también su edad, su ubicación, sus condiciones de cultivo, las condiciones de conservación, etc. En resumen, todos estos elementos se combinan para determinar, entre otros factores, la tonalidad del vino.
Gracias al matiz que se obtiene al observarlo en la copa, es posible dibujar “a primera vista” una gran cantidad de detalles sobre el vino. La cuestión no se limita sólo al tinto, al blanco o al rosado, sino que en cada una de estas variantes es posible descubrir una multitud de gradaciones del color, caracterizadas en particular, por diversas luminosidades, tonalidades e intensidades.
Repasemos algunos puntos que se toman en cuenta en este proceso:
1.El color: se revela a la luz sobre un fondo blanco. Está determinado por su tonalidad (amarillo-dorado, por ejemplo) y por su intensidad: pálido, medio, fuerte, oscuro, profundo, intenso, etc. Puede informar al catador sobre varios puntos: el carácter de la variedad de la uva, la maduración en la cosecha, su añada, así como su origen.
Específicamente en el caso de la “edad”, por ejemplo: los blancos con reflejos ligeramente dorados o verdosos son jóvenes, mientras que los que tiran más al dorado intenso, casi anaranjado o ámbar, son viejos.
Los tintos jóvenes y crianzas suelen presentar tonos de frutas del bosque, como la frambuesa o la mora, mientras que los vinos con mayor periodo de maduración, la tonalidad es mucho más anaranjada, tirando hacia los cobres.
2.El brillo: permite descubrir la vivacidad del vino, debido a la acidez contenida en el mismo. Algunos términos utilizados en referencia a la brillantez de un vino son: cristalino, opaco, débil, entre otros. Un brillo muy vivo (especialmente en un vino blanco) puede ser un signo de alta acidez.
Si el vino refleja la luz, es vivo y brillante, lo cual es una buena señal porque indica que no tiene defectos. Esta característica es fundamental cuando hablamos de vinos blancos y rosados, pero también afecta a los tintos, ya que, si el líquido es mate, indicará que no ha sido bien clarificado, en otras palabras: al elaborarlo -durante las primeras fases- el mosto no ha sido bien separado de las materias en suspensión.
3.La limpieza (o transparencia): corresponde a la ausencia de turbidez, que se observa moviendo el vino de cara a la luz para notar si caen sedimentos o simplemente, observando con atención la superficie de la botella. Así, podemos determinar si el vino ha sido filtrado o no.
Un ejemplo práctico: al agitar la copa suavemente e inclinarla un poco sobre el mantel, delante de la luz, notar si quedan restos en las paredes o el fondo de la copa. En caso afirmativo, diremos que no es un vino limpio, transparente o fino.
Hay que destacar que dicha presencia es bastante normal y no es motivo para desechar el vino, salvo que sea extremadamente fangoso. Es una consecuencia natural del proceso de maduración y oxidación de algunas variedades de reserva y gran reserva, que puede resolverse gracias a la decantación del vino.
4.Fluidez: para esta característica, se observa el contenido de glicerol, el de alcohol (etanol) y el contenido de azúcar. Cuantas más “lágrimas”, mayor contenido de glicerol/etanol. Y cuanto más lento fluyan, el contenido de azúcar residual será mayor.
La fluidez del vino se aprecia haciendo círculos con la base de la copa sobre una superficie plana, así, la bebida pasará por las paredes de la copa y algunas gotas quedarán adheridas (las lágrimas mencionadas previamente). Su número y grosor, del mismo modo que la velocidad de desplazamiento por la pared de la copa, indicarán la graduación alcohólica del vino.
5.Efervescencia (o perlado): se debe a la presencia de CO2. En el análisis visual de un vino espumoso, el último paso es el estudio de las burbujas, cuyo tamaño está relacionado con la temperatura de fermentación. Puede decirse que las burbujas finas indican un vino de mayor calidad. Estas deben ser persistentes y vivas, y deben ascender de forma vertical.
Al clasificar a los vinos según contengan (o no) dióxido de carbono, en caso afirmativo, existen otras divisiones más específicas como por ejemplo: vino espumoso, tranquilo, de aguja, perla o gasificado.